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domingo, 21 de octubre de 2012

La Batalla de Cuarte

Tal día como el de hoy, en 1094, se desarrolló la Batalla de Cuarte.
Se conoce como batalla de Cuarte al encuentro bélico que se desarrolló el 21 de octubre del año 1094 entre las fuerzas de Rodrigo Díaz el Campeador y el Imperio almorávide en las proximidades de las localidades de Mislata y Cuart de Poblet, situadas a pocos kilómetros de Valencia.

Tras haber conquistado el Cid la ciudad de Valencia el 17 de junio, el Imperio almorávide reunió a mediados de agosto un gran ejército al mando de Muhammad ibn Tasufin, sobrino del emir Yusuf ibn Tasufin, con objeto de recuperarla. Hacia el 15 de septiembre Muhammad sitió la ciudad, pero Rodrigo salió a romper el cerco en batalla campal obteniendo una victoria decisiva que rechazó a los almorávides y aseguró su principado valenciano.

Fue, posiblemente, la más importante de las victorias del Cid y la primera contra un gran ejército almorávide en la península ibérica; además frenó su avance en Levante durante los años restantes del siglo XI. En el diploma de 1098 de dotación de la nueva Catedral de Santa María consagrada sobre la que había sido mezquita aljama Rodrigo firma «princeps Rodericus Campidoctor» considerándose un soberano autónomo pese a no tener ascendencia real, y el preámbulo de dicho documento alude a la batalla de Cuarte como un triunfo conseguido rápidamente y sin bajas sobre un número enorme de mahometanos.

El Cid, tras soportar una semana de acoso por parte del ejército almorávide, decidió atacar el 21 de octubre de 1094. Salió de noche o madrugada de ese día comandando el grueso de su ejército por las puertas del sur de la ciudad (la puerta de Baytala, Buyatallah Boatella) y dando un amplio rodeo para alejarse lo más posible del ejército almorávide y no ser descubierto, para situarse tras la retaguardia y el real enemigo de modo que, cuando lanzaran el ataque desde aquel punto, a los almorávides les pareciera que efectivamente llegaban los refuerzos de Alfonso VI desde Castilla.

Al alba (hacia las 6:30 h), otro grupo menos numeroso de caballería cristiana salió de la ciudad por la puerta oeste (la de Bāb al-Ḥanaš, Bab al Hanax o Puerta de la Culebra), la más cercana a la vanguardia almorávide, simulando una espolonada o ataque rápido y con pocos efectivos de las que eran habituales en los cercos para procurarse algún respiro con escaramuzas en campo abierto que mitigaran las penurias del asedio. En realidad se trataba de una maniobra de atracción, para realizar algo similar a un tornafuye y, una vez que el grueso de la caballería almorávide de vanguardia saliera en persecución de este cuerpo, iniciar el ataque con el grueso de la caballería cristiana por la retaguardia.

Así se hizo y la parte principal del ejército cristiano tomó por sorpresa el real almorávide, posiblemente con el general Muhammad en él. Creyendo que era Alfonso VI quien había llegado, la retaguardia almorávide, ya de por sí con baja moral, fue vencida en el choque y huyó en desbandada en todas las direcciones. Pese a que el resto de los cristianos de la espolonada tuvieron problemas para defenderse de la vanguardia del ejército almorávide y sufrieron en su retirada algunas bajas, al percatarse el grueso de las tropas musulmanas de que un importante ejército atacaba por la retaguardia, vacilaron y probablemente se dividieron y desorganizaron. Al mediodía el Cid había conseguido una rápida victoria sin bajas y expulsado del campamento al sitiador.
De este modo el ejército del Cid, gracias a un hábil y astuto planteamiento de la batalla, logró una victoria decisiva arrancando del campo al ejército sitiador y, aunque no hubo alcance (persecución para aprovechar la victoria obteniendo el botín de los huidos) debido a que la huida se produjo en desorden y hostigar a los fugitivos hubiera desorganizado la mesnada cidiana, además de que la mayor riqueza en despojos era precisamente la que saquearon los cristianos a costa del campamento real almorávide, fue una victoria decisiva que obligó a una retirada sin paliativos del ejército sitiador.


File:El Cid en la batalla del arrabal de la Alcudia.jpg

Las consecuencias inmediatas de la victoria de Rodrigo Díaz fueron la obtención de un extraordinario botín en riquezas, caballos y armas y la recuperación de la hegemonía en esta zona. En efecto, ya en 1098 había conquistado las importantes plazas fuertes de Almenara y, sobre todo, Murviedro (la actual Sagunto).
La victoria permitió a Rodrigo, que firmó el documento de dotación de la nueva catedral de Santa María en 1098 como «princeps Rodericus Campidoctor», asegurar y reforzar la posesión del principado de Valencia como plaza cristiana hasta su muerte a mediados de 1099 e impidió la expansión musulmana hasta 1102 en el Levante, que se replegó hacia Játiva. Todo ello facilitó la expansión del Reino de Aragón hacia el sur, al quedar aislada la Taifa de Zaragoza del auxilio almorávide. Dos años después de la batalla de Cuarte, Pedro I de Aragón conquista Huesca y se alía con el Cid, colaborando ambos soberanos en rechazar a un nuevo ejército almorávide en 1097 en la batalla de Bairén. No será hasta 1110, tras la muerte del Campeador, que la Taifa de Zaragoza caiga en manos almorávides, aunque solo pudieron mantener por espacio de ocho años la capital del valle medio del Ebro bajo el dominio islámico.

A la muerte del Campeador su esposa Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III de Barcelona hasta mayo de 1102, en el que el rey Alfonso VI ordenó su evacuación y Valencia volvió a pasar a manos de los almorávides.


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